Los altibajos de la vida del pintor Alfons Mucha

Alfons Mucha

En el año 1900 el pintor Alfons Mucha se propuso en París que dedicaría la segunda mitad de su vida a una obra que ayudara a crear y fortalecer la conciencia nacional del pueblo checo. Amaba profundamente a su patria. No sospechaba que esa decisión haría retroceder su carrera artística y sus frutos tendrían que esperar al reconocimiento por largos años.

Alfons Mucha
Alfons Mucha nació en 1860 en la ciudad de Ivancice, en Moravia del Sur. Se dice que sabía dibujar antes de que aprendiera a andar. En el cuello llevaba colgado un lápiz de colores. Cuando lo perdió, se hundió en un llanto desesperado. Su hijo, el escritor Jirí Mucha, contaba posteriormente que el primer recuerdo de la infancia que se grabó en la memoria de su padre estaba relacionado con un arbolito de Navidad con las velas encendidas.

El pequeño Alfons Mucha dibujaba con todo lo que tenía al alcance de la mano - lápiz, tiza o carboncillo. Pero no sólo los colores desempeñaban un papel importante en su vida desde la edad más temprana, de igual importancia eran los tonos.

A los ocho años cantaba en la iglesia. Como escolar trabajó durante tres años en la catedral de San Pedro y Pablo, en la ciudad de Brno, para poder estudiar en el liceo. En las fiestas patronales decoraba con azúcar de colores los corazones hechos de pan de especias.

Iba a convertirse en cantante del coro de la catedral del monasterio de Staré Brno, pero el puesto fue ocupado por el posterior gran compositor checo Leos Janácek, entonces de 18 años de edad. Alfons Mucha siguió ganándose la vida en la catedral de San Pedro, solo, lejos de su familia y su hogar, teniendo apenas doce años.

Su expresión artística fue quizá influida por un encuentro con un cuaderno escolar en el que había notas en escritura caligráfica. Alfons Mucha vio pinturas murales por primera vez en una iglesia en Ústí nad Orlicí, en Bohemia Oriental.

Más tarde, Alfons Mucha trabajó como escribano en un tribunal distrital. Su hijo contaba que Alfons Mucha ponía en una pila las cartas que había abierto y leído, y en otra las que no habían sido abiertas. Luego colocaba las dos pilas en lugares donde no molestaran, habitualmente sobre los armarios, y como era de talla más bien baja, las cartas desaparecían por un año, dos, cinco o diez hasta que las encontraba otra persona. No contestadas, olvidadas, cerradas.

Alfons Mucha intentó ingresar en la academia de bellas artes de Praga pero el profesor Lhota le recomendó que se dedicara a otra profesión. Volvió entonces a Brno y reanudó el oficio de escribano hasta que un día trajeron a la sala del tribunal a una familia de gitanos - el escribano Mucha debía registrar sus datos personales, pero él en vez de escribir pintaba y en cada una de las columnas respectivas esbozó un retrato de los presentes. Así se acabó definitivamente su carrera en los servicios públicos.

Afortunadamente la firma austríaca Kautsky-Brioschi-Burghardt, que se ocupaba de la fabricación de decoración teatral, contestó a su anuncio, y así en otoño de 1879 Alfons Mucha se fue a Viena. Cumplió 19 años. Dos años más tarde la firma se declaró en bancarrota. Mucha se fue a la estación y se compró un billete para Mikulov, ciudad en Moravia del Sur. No tenía dinero para viajar más lejos.

Por la mañana vendió al librero local un dibujo y recibió cinco monedas de oro. Se alojó en el hotel León y como no tenía otro dibujo pintó la cabeza de una mujer que había encontrado en la calle. El librero la expuso en el escaparate de su tienda con la inscripción "por 5 monedas de oro en el hotel León". Se trató de la esposa del médico local. La carrera de pintor de Alfons Mucha tomó un rumbo ascendente.

Mucha empezó a realizar pinturas murales para el conde Khuen, para su castillo Gandegg, en Tirol, luego se inscribió en la academia de Munich, donde se dedicó a estudiar pintura figural. Y luego siguió París. En otoño de 1887, al lado del jardín de Luxemburgo, empezaron los mejores y más fructuosos años de Alfons Mucha.

A principios de 1889 se le agotó el dinero al pintor. Su único alimento consistía de lentejas. Enviaba dibujos a revistas, pintaba soldados que se vendían a niños para ser recortados de papel, no tenía carbón, sufría frío, se enfermó y dejó de salir de casa. Y entonces, como un ángel de salvación, apareció en su cámara el señor Bourrelier, que buscaba nuevos talentos, y le encargó ilustraciones para Petit Français Illustré. Bourrelier envió un médico a casa de Mucha y también un avance financiero.

Alfons Mucha volvió a levantarse del fondo y empezó a ganar dinero haciendo ilustraciones para revistas y libros, calendarios, dibujos ... Y se acercaron las fiestas de Navidad de 1894. Poco antes de la Noche Buena su amigo Kadár le pidió que hiciera en su lugar una corrección para una imprenta. Y Mucha la hizo.

El día 26 de diciembre vino a verlo el gerente de la imprenta Lemercier, Maurice de Brunoff, preocupado porque la actriz Sarah Bernhardt acababa de llamarle pidiéndole un cartel para su último espectáculo. El encargo era urgente - el cartel debía estar ya expuesto el primero de enero por la mañana.

Por la noche Mucha y Brunoff fueron al Teatro del Renacimiento para ver la obra Gismonda. El pintor esbozó la vestimenta de la divina Sarah, flores en el pelo, mangas amplias, una hoja de palmera.

Al día siguiente empezó a pintar. Tenía prisa. El 30 de diciembre el cartel estuvo imprimido. Entretanto Brunoff regresó y fue a mirar el cartel. Al verlo se puso pálido exclamando: ¡Mais, mon Dieu! ¡Está mal, Sarah me va a echar!

Se equivocó. El desesperado Brunoff se fue al teatro y dentro de poco llamaron para que viniera también Mucha. Entró en el camerino de Sarah Bernhardt. El cartel estaba colgado en la pared. La artista estaba frente a él y no podía dejar de verlo. Abrazó al pintor y lo cubrió de alabanzas.

Alfons Mucha trabajó para Sarah Bernhardt durante seis años hasta su salida a América en 1901. El cartel despertó furor en las calles de París, con su formato estrecho y largo, con una figura de tamaño casi real que atraía la atención con suaves colores violeta, rosa, verde, marrón y dorado, tan diferentes de los tradicionales colores llamativos.

El 25 de febrero de 1904 Alfons Mucha cruzó el océano en el barco La Lorraine. Antes de embarcarse obtuvo el encargo de la señora Rotschild para un retrato. No se fue a América para ganar dinero, sino para dedicarse en paz a una obra a la que deseaba consagrar la segunda mitad de su vida.

Cuando empezaron a escasearle las finanzas apareció el millonario Charles R. Crane, hombre educado, empresario y posterior embajador estadounidense en China, que visitó Rusia y también Praga. Con Alfons Mucha se encontró por primera vez en 1904, en un festín en Delmonicos, donde el pintor fundó la Sociedad Americano-Eslava. Por segunda vez se encontraron un año más tarde en Chicago.

Crane tenía una sede veraniega en Woods Hall, no muy lejos de East Brewster, lugar donde Mucha pintaba y a donde el empresario venía para escuchar las opiniones del pintor sobre el futuro papel de los eslavos en la historia de Europa. A veces venía con su amigo, Woodrow Wilson.

Un día Crane encargó a Mucha un retrato de su hija Frances, y entonces el pintor le confesó su plan - dedicar el resto de su vida a veinte lienzos gigantescos que representaran la historia del pueblo eslavo, desde la prehistoria hasta la actualidad. Le dijo asimismo que no disponía de medios financieros y que esperaba un fomento de Crane.

En 1912 Alfons Mucha empezó con el primer lienzo del ciclo que denominó Epopeya Eslava. Escogió el castillo de Zbiroh, en Bohemia, como lugar para su taller. El trabajo que estaba planeado para cinco años se prolongó por casi veinte. Mientras tanto, en el escenario artístico mundial aparecieron nuevos estilos en los que las pinturas monumentales de Alfons Mucha ya no encuadraban.

Los cuadros que debían dar la corona a la obra del famoso pintor checo no encontraron reconocimiento y durante muchos años no pudieron encontrar ni hospedaje. Praga, a la que Mucha dedicó su obra monumental, no disponía de espacios suficientes para colocar la Epopeya Eslava.

Durante la Segunda Guerra Mundial los cuadros fueron colocados en un sótano de Praga y la humedad los deterioró parcialmente. Después de 1945 se ofreció la oportunidad de restaurar las pinturas y colocarlas en la sala y la capilla del castillo renacentista de Moravský Krumlov. Allí están expuestas hasta hoy en día, en las cercanías de la ciudad natal de Alfons Mucha, Ivancice.