¿Espía o víctima? La misteriosa historia de “El Checo” durante la Revolución Cubana

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Una de las historias personales con más interrogantes de la historia de las relaciones checo-cubanas es la de Zdeněk Matoušek, alias El Checo. Buscado en Checoslovaquia por intento de golpe de estado pero en manos de las autoridades cubanas, Matoušek se convirtió entre 1960 y 1962 en objeto de disputa entre los gobiernos de Praga y La Habana. Su destino es hasta la actualidad desconocido.

Foto: Filozofická fakulta Univerzity Karlovy
Desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, Checoslovaquia estableció fuertes lazos económicos, comerciales e incluso personales con la isla, una relación que fue fortaleciéndose conforme el gobierno cubano fue derivando hacia un régimen comunista.

Una de las historias más sorprendentes de las que resultaron de esta relación bilateral es la de Zdeněk Matoušek, apodado El Checo, relatada en el libro ‘Checoslovaquia y Cuba (1959-1962)’, de Hana Bortlová Vondráková, a partir de cables diplomáticos e información de archivo.

Matoušek, nacido en 1928, se involucró en un movimiento secreto anticomunista tras la llegada del partido al poder en 1948. Pronto fue descubierto y decidió huir a Alemania Occidental junto a otras dos personas. En su huida, sucedida de forma violenta, los fugitivos acabaron con la vida de dos guardias fronterizos.

De Alemania Matoušek viajó como exiliado a Colombia, donde se instaló y asimiló, adquiriendo pronto la ciudadanía colombiana. Cuando en Cuba en 1952 Fulgencio Batista dio el golpe de estado, instaurando en la isla una dictadura, muchos políticos cubanos emigraron a Colombia. Allí Matoušek entró en contacto con el movimiento opositor cubano y con el tiempo llegó a formar parte de él.

Poco después de la victoria de la revolución cubana, Matoušek viajó a La Habana para formar parte de la guardia personal del presidente Manuel Urrutia. Los lazos que lo unían al político cubano debían ser fuertes, porque nunca fue oficialmente nombrado ni recibía sueldo alguno. También ocupaba un puesto importante en el Ejército.

Después de varios meses marchó a un viaje de trabajo a Escambray, según unos informes, como geólogo para el Instituto de Cartografía, según otros como instructor político en la escuela Frank País, centro para la formación de altos cargos de la milicia.

Fue en Escambray donde empezaron a recaer sospechas sobre él. Según el G-2, el departamento de información leal al Gobierno de Castro, realizó actividades como agente secreto para Estados Unidos. En otoño de 1960 fue sorprendido escuchando la emisora anticastrista Radio Swan, con lo que cayó en desgracia. Los servicios de seguridad cubanos comenzaron a investigarlo y enviaron una nota informativa a los servicios secretos checoslovacos, con los que colaboraban.

Un ajuste de cuentas

Fidel Castro con el presidente Gustáv Husák,  foto: ČT
Fue de esta manera como en Praga se enteraron de que Matoušek había comenzado una nueva vida en Latinoamérica, y precisamente en la Cuba revolucionaria, donde la influencia checoslovaca era fuerte. El hombre al que los cubanos apodaban El Checo había sido condenado en ausencia en Checoslovaquia a 18 años de cárcel por alta traición. Rápidamente los servicios secretos checos pidieron a las autoridades cubanas su arresto, hecho que sucedió en octubre de 1960.

El acuerdo entre las agencias de inteligencia de ambos países era que Matoušek sería trasladado a Checoslovaquia para cumplir su condena. A cambio de su colaboración, los servicios secretos cubanos recibirían un informe de cómo Matoušek estaba conspirando contra el Gobierno de Castro.

Sin embargo la situación no se desarrolló de forma tan sencilla. Una vez enterado el Gobierno cubano de la detención, se alzaron dudas sobre las consecuencias que tendría en la imagen internacional de Cuba, especialmente en su imagen frente a la opinión pública latinoamericana, que extraditaran a Checoslovaquia a un ciudadano colombiano.

De esta manera, tras tres meses de interrogatorios e investigación, la parte cubana informó a la Checolosvaca de que no había ninguna prueba que demostrara que Zdeněk Matoušek hubiera actuado en contra del Estado cubano, ni de que fuera espía de una potencia extranjera.

Recomendaban por tanto dos posibilidades. Una era que Cuba y Checoslovaquia firmaron un acuerdo judicial que hiciera legal e incuestionable la extradición, la otra era entregar a Matoušek en secreto a las autoridades de Praga, que deberían evitar que todo el asunto se hiciera público. Y el mejor modo era ejecutando discretamente al checo nada más llegar.

El lado checoslovaco no tomó ninguna decisión. En febrero de 1961 fue enviado a La Habana el coronel Josef Lédl para interrogar en persona a Matoušek. Después de seis semanas, en las cuales las sesiones de interrogatorio duraban entre 8 y 12 horas al día, el coronel Lédl únicamente pudo confirmar los cargos por los que se había condenado a Matoušek en Checoslovaquia, pero nada sobre posibles actividades contrarrevolucionarias en Cuba.

Un preso incómodo

Así pues la situación era que Matoušek permanecía retenido sin juicio, sin derecho a ver al cónsul colombiano y sin ninguna prueba fehaciente que lo justificase. A la parte checoslovaca no le interesaba firmar ningún acuerdo de extradición, por motivos que se desconocen, y a los cubanos les parecía muy arriesgado despachar a Matoušek en secreto a Europa. Al mismo tiempo Praga consideraba inaceptable que se pusiese al Checo en libertad.

Checoslovaquia llegó a recomendar a Cuba que se juzgase a Matoušek y se le enviase a un campo de trabajo donde pudiera estar bajo control, y que en caso de que diese problemas se le liquidase.

A mediados de 1962 el caso de El Checo era ya un objeto de tensión entre los dos países. El ministro del Interior Ramiro Valdés urgió repetidamente a Praga a ofrecer un compromiso aceptable. En una de sus cartas apuntaba a que Matoušek no había cometido ningún crimen en Cuba por el que debiera ser juzgado y encarcelado. Recordaba que su estancia en prisión no era sostenible e iba en contra de las leyes revolucionarias. Comentaba además que El Checo era un preso modelo, que participaba en todas las actividades voluntariamente y cumplía de forma ejemplar con sus obligaciones.

El Gobierno cubano no quería pues mancharse innecesariamente con el caso Matoušek. No obstante, con este conflicto irresuelto se acaba la historia de Zdeněk Matoušek. No hay más cables diplomáticos ni informes de los servicios secretos o de las autoridades que hablen sobre él, según lo recopilado por Hana Bortlová. Podría haber sido puesto en libertad por orden de Valdés, y luego abandonar la isla y cambiar su identidad, o podría haber sido finalmente enviado en secreto a Checoslovaquia y asesinado. Solo investigaciones más detalladas podrán quizás, en un futuro, revelar el destino de El Checo.

Autor: Carlos Ferrer
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