Las historias de los alquimistas en las Tierras Checas

Pintura de Joseph Wright Ofderby (1771) 'Intento de la generación de la Piedra Filosofical'

En el siglo XVI las Tierras Checas representaron un importante laboratorio alquimista en el Viejo Continente. Ansiosos por fabricar oro, el emperador Rodolfo II de Habsburgo y otros aristócratas no vacilaron en gastar enormes sumas para mantener en sus cortes y condados a alquimistas procedentes de todo el mundo. En esta edición de 'Legados del Pasado, Testimonios del Presente' les contaremos anécdotas sobre la vida de los alquimistas, más y menos creíbles. También hablaremos de las supuestas visitas de William Shakespeare a Praga en papel de un agente secreto de la reina inglesa.

Alquimista de Joseph Wright of Derby,  1771
Inventar fórmulas para la inmortalidad o crear la mítica piedra filosofal, capaz de convertir metales base en oro, eran las principales tareas de la alquimia, práctica que para muchos representa más bien una pseudociencia, efectuada por personas aberrantes y estrafalarios obsesionados.

A pesar de sus constantes fracasos, el trabajo de los alqumistas no fue infructuoso del todo, ya que los conocimientos adquiridos gracias a esta práctica allanaron el camino al establecimiento de la química como ciencia.

Sorprendentemente, la alquimia practicada en las Tierras Checas nunca llegó a enfrentarse a la doctrina cristiana, según aclara Vladimír Karpenko, profesor de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Carolina de Praga.

Vladimír Karpenko,  foto: David Němec,  ČRo
“Los alquimistas operaban con la explicación de que el conocimiento de la alquimia era un obsequio de Dios. El que haya recibido este don, era la persona determinada para llevar a cabo transformaciones de diversas sustancias”.

Para justificar sus fracasos, los alquimistas disponían de otras excusas como, por ejemplo, la posición de planetas o constelaciones no favorables. De esta forma lograron mantener la confianza de sus mecenas durante siglos.

El anhelo por descubrir la receta para la creación de oro pudo llevar a algunos hasta una quiebra total como fue el caso del noble Jan Zbyněk Zajíc de Hazemburk, mecenas de uno de los alquimistas checos más reconocidos, Bavor Mladší Rodovský de Husiřany.

La Piedra Filosofal,  foto: Welcome trust
“A causa de patrocinar la alquimia perdió todos sus bienes. Esta afición era generalmente una cuestión de mucho dinero. Es que los alquimistas no pedían oro solo como remuneración por su trabajo, sino también para poder realizar sus experimentos. Por ejemplo, para fabricar la Piedra Filosofal era supuestamente necesario poner el metal en un punto muerto y esperar que volviera a nacer y madurara. Para ello era necesario introducir una semilla de oro o de plata. Es interesante que la creencia en la eficacia de la alquimia sobreviviera durante tanto tiempo, a pesar de la conciencia global de que nadie nunca había logrado crear oro”, indicó Karpenko.

Edward Kelley – ¿un genio o un timador?

Una importante figura de la corte de Rodolfo II de Habsburgo era el alquimista inglés Edward Kelley. En 1584 acompañó a su maestro John Dee a Praga, a donde había sido invitado por el médico personal del emperador Rodolfo II, Tadeáš Hájek de Hájek, prosigue Karpenko.

Edward Kelley
“Se dice que existían testigos que afirmaron haber visto como Edward Kelley había logrado crear oro en la casa de Tadeáš Hájek de Hájek. Incluso se han conservado algunas recetas vinculadas con su nombre. Sin embargo, se trata de unas primitivas instrucciones para operaciones de laboratorio que servían para preparar diferentes tipos de sal y productos para limpieza del mercurio. Sobre la Piedra Filosofal no apareció sin embargo ninguna mención. Entonces también ya se escuchaban voces de que Kelley era un estafador, que nadie se podía fiar de él, y que era simplemente un buen ilusionista”.

A Rodolfo II no le llamaba la atención la fama de los alquimistas ingleses, por lo cual no los recibió en su corte. Algunos historiadores incluso sostenían que John Dee y Edward Kelley habían sido enviados a Praga como agentes secretos de la reina inglesa Elisabeth I para conseguir la afinidad del emperador. Puede que el rechazo por parte de Rodolfo II surgiera precisamente a causa de un aviso previo de esta sospecha.

Las visitas de William Shakespeare a Praga

Foto: página web del Museo de Alquimistas y Magos de la Praga Vieja
En el Museo de Alquimistas y Magos de la Praga Vieja se puede ver una figura que aparentemente tenía poco que ver con la alquimia.

Según las investigaciones del parapsicólogo estadounidense Vincent Bridges, que participó en la preparación de la muestra permanente del Museo de Alquimistas y Magos de la Praga Vieja, la misma casa donde actualmente se halla el museo tuvo en varias ocasiones el honor de dar la bienvenida al escritor inglés William Shakespeare. Filip Zvolský del museo nos da más detalles.

“Al igual que Edward Kelley y John Dee, William Shakespeare era sospechoso de ser agente de la reina inglesa. Si creemos en esta teoría, lo que depende de cada uno, podemos creer también que la casa le sirvió de inspiración para su obra 'Sueño de una Noche de Verano'. Se que conocen la mayoría de los modelos que inspiraban las obras de Shakespeare, sin embargo respecto a esta obra no se sabe nada. La casa que visitó Shakespeare en Praga se llama la Casa del Burro en la Cuna, debido a una leyenda según la que un niño se transformó allí en un burro. Y en la obra de Shakespeare también un hombre se convierte en burro”.

John Dee y Rodolfo II
Durante su estancia en las Tierras Checas, Edward Kelley y John Dee fueron acusados de brujería y expulsados de la corte del emperador. En breve fueron contratados por el noble Vilém de Rožmberk, de la ciudad de Třeboñ. Edward Kelley puso en marcha con éxito sus actividades alquimistas en su condado y pronto ganó confianza de su empleador, al que consiguió curar una enfermedad grave, según se dice.

La fama de Kelley llegó pronto también a la corte de Rodolfo II y tras un acuerdo con Vilém de Rožmberk, el emperador contrató sus servicios también. Se dice que el primer intento de cambiar el metal puro en oro en la corte del emperador resultó exitoso gracias a un mercurio especial que el alquimista tenía en su posesión. Otra leyenda cuenta que disponía también de un espejo, llamado negro, que era capaz de escuchar conversaciones a escondidas y observar a larga distancia.

El último alqumista de las Tierras Checas

A finales del siglo XVIII, la alquimia fue paulatinamente sustituida por la química.

Kryštof Bergner era tachado del último alquimista praguense, y al mismo tiempo el primer químico de las Tierras Checas. En su laboratorio, que se hallaba en la calle praguense de Kozí, llevó a cabo numerosos experimentos. Sin embargo su invento más importante es la chimenea de negro de carbón.

Según aproxima Karpenko, es curioso que pese a sus conocimientos siguiera teniendo el sueño de todos los alquimistas.

“Como químico se dedicaba a la minería de alumbre. Al mismo tiempo trabajaba en la Casa de la Moneda de Praga, donde comprobaba la auntenticidad de metales preciosos. Así tenía que ser consciente de que lo que fabricaba no era un metal precioso”, afirmó.

Por la Casa de Fausto pasaron casi todos los alqumistas, menos Fausto

La Casa de Fausto,  foto: Štěpánka Budková
En la Plaza de Carlos, en el centro de Praga, se halla la mítica Casa de Fausto. Cuando el alquimista inglés Edward Kelley compró en 1587 este palacio barroco, se convirtió en un punto de encuentro de alquimistas praguenses, apunta Zvolský.

Fausto
“La Casa de Fausto es tal vez uno de los lugares más mágicos de Praga. Quizás se deba al hecho de que se encuentra en una antigua necrópolis pagana y un bosquecillo sagrado de la diosa Morana, de ahí su nombre de Moráñ. Siempre atraía a personas vinculadas no solamente con la alqumia sino también a magos, curanderos... Casi todos los alqumistas importantes habían pasado por esta casa, con la excepción de Fausto, cuyo nombre lleva. Hay tres casas praguenses donde el mítico alquimista pudo vivir, sin embargo la Casa de Fausto se muestra como la menos probable”.

Tras la Guerra de los Treinta Años, que estalló en el siglo XVII, los aristócratas se vieron envueltos en problemas más importantes que en gastarse dinero en la tantas veces fallida creación del oro. Los conocimientos de esta práctica sin embargo sirvieron a muchos científicos para desarrollar avances de otro tipo.